Hermosas Diferencias
Faltaba un mes para el aniversario y en una reunión prudencial se trataban de poner de acuerdo los miembros de la SAEC “Pablo y Bernabé” sobre los detalles del mismo.
-Hermanos, es momento de elegir el color del uniforme – dijo el presidente – se reciben propuestas.
Sin esperar a que se les otorgara la palabra, dos hermanos rápidamente propusieron:
- Propongo azul con blanco, porque son los colores del cielo, nuestra Patria celestial.
-Propongo Rojo, porque el rojo le va bien a los morenos.
-No, no, no! – exclamó el más joven de ellos – Vistámonos de verde porque no tengo camisa azul ni roja.
- Cómo que de verde! El presidente va a parecer un ejote.
Por allá, se observó cómo un miembro le susurraba a su primo una idea y luego al hermano y luego a la tía y luego a la abuela, quien escuchó mal la idea y propuso otra cosa, la cual ganó por un voto, por ser la abuela de la mitad más uno de la sociedad. Y así resolvieron ir vestidos de morados con puntos naranjas y una florecita rosa mexicano, porque la abuela así lo quiso.
¿Quién ha estado en una discusión por un color? Nadie, ¿verdad que nadie? No, no, eso solo pasa en mi imaginación. Y esta singular discusión es solo el reflejo de que a veces solo seguimos las ideas de quienes nos simpatizan sin realmente analizarlas. Un color, un menú, un acuerdo sobre las finanzas de la Sociedad, las propuestas del plan de trabajo de la comisión donde están mis amigos, la elección de la Mesa Directiva, etc.
Hay ocasiones en que los “grupos” en una Sociedad son tan marcados que ya no se sigue la propuesta, sino a quien la propone. Si la misma idea la dijera el del otro grupo, no se votaría por ella aunque fuera muy buena. Esto nos acarrea problemas y no conviene que sea así.
Cuando el Señor Jesús dio la orden a sus discípulos: “Id por todo el mundo; predicad el evangelio a toda criatura” (Mr. 16.15), no solo se refería a que fueran por personas de toda nación, de toda raza, de toda condición social, sino también se refería a personas de todo tipo de carácter, de personalidad y de temperamento. Es así como encontramos a hermanos muy serios, a otros muy alegres, unos que se les facilita hacer amigos y a otros que no tanto, algunos se les facilitan trabajar con niños y a otros trabajar en la cocina, etc. Somos diferentes y hay un sinfín de factores que determinan nuestros gustos, hábitos y modos de ver la vida.
Hay dos tipos de diferencias:
- Las que ponemos nosotros.
- Las que nos dio Dios para el funcionamiento de la iglesia.
Si bien es cierto que tener gustos personales es parte de nuestra naturaleza, debemos tener presente que los demás también tienen gustos propios. Las diferencias que provienen de nosotros en ocasiones nos guían anteponiendo el interés personal o comodidad sobre la Obra de Dios. De ahí que San Pablo en los primeros versos del capítulo 2 de Filipenses dijera que si hay cualquier actividad en la iglesia, le daría gozo que la comunidad de los creyentes sintieran “lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa” y como conocía a los Filipos añade: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria…” (Filipenses 2.2-3) Las mismas palabras aplican en nuestros tiempos cuando no nos ponemos de acuerdo por seguir nuestros propios intereses.
Aquellas diferencias que Dios colocó en nosotros son para edificación de la Iglesia. Son nuestras habilidades, la personalidad, la tendencia hacia algún ministerio, entre otras. San Pablo lo compara como los miembros del cuerpo, que siendo muchos, no tienen la misma operación, pero son un mismo cuerpo y hemos sido colocados como Dios quiso (1 Cor. 12; Rom. 12). Es así como hay músicos, buenos oradores, maestros de niños, quien tiene gracia con los adolescentes, diáconos, excelentes hermanas que cocinan, escritores, etc. No a todos se nos da la música o la cocina y servimos de otro modo en la Iglesia. Estas diferencias nos enriquecen. No entender que somos un cuerpo con diferentes miembros provoca envidias y celos por desear lo que no nos toca ser o hacer. No comprender que hay diversidad de personalidades y carácter, incita a atacar a los que son diferentes a nosotros. No todos es ojo, no todo es pie en el cuerpo. ¡Qué bueno que somos diferentes! Lo que pasa es que no damos valor a las cualidades que Dios puso en nuestros hermanos juzgándolos por el trabajo que realizan y en ocasiones ni siquiera valoramos las propias, rechazando nombramientos o evadiendo responsabilidades.
Todo lo que está bajo nuestra responsabilidad, por sencillo que sea, hagámoslo con el ánimo de saber que es para el Señor, como si personalmente Él lo recibiera. Aunque lo que veamos sean un montón de personas imperfectas en nuestra sociedad o iglesia, no sirvamos para el hombre porque no nos darán ganas o por el contrario lo haremos por vanagloria. Tengamos siempre presente que quien reconocerá lo que hacemos y nos premiará será el mismo Señor Jesucristo, a quien realmente servimos a través de nuestros hermanos. (Lea Colosenses 3.23-24).
Nuestros hermanos son diferentes a nosotros porque deben cumplir otra operación en el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, la Sociedad, nuestras Uniones. La forma de tratar a nuestros hermanos, no depende de cómo sean o cómo nos traten, sino de nuestra relación con Cristo. En la medida que ame usted a Dios, amará a sus hermanos. ¡Ojo! quizá la relación con algunos hermanos no sea buena, pero que no sea usted quien provoque esa situación. Más bien usted procurará a toda costa y pese a todo honrar a Dios amando a quien no le ama (Mt. 5.44-47) y procurando la paz con todos (Rom. 12.18).
Por lo que le animo a:
- Tratas a los demás mejor de lo que le tratan (vuelva a leer Filipenses 2.3-4 y Mt. 5.44-47).
- Tener disposición de aprender de los demás. No somos los únicos con buenas ideas y juntos podemos mejorarlas.
- Reconocer, animar y apoyar cuando veamos que alguien tiene una excelente propuesta o hace bien algo.
Empiece hoy mismo y notará un gran cambio.