La Fe de un Malhechor
Lucas 23.39-43 narra: "Y uno de los malhechores que estaban colgados, le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. Y respondiendo el otro, reprendióle, diciendo: ¿Ni aun tú temes á Dios, estando en la misma condenación? Y nosotros, a la verdad, justamente padecemos; porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos: mas éste ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vinieres á tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso".
Eran dos malhechores en la misma condición, pero con dos perspectivas diferentes. Un malhechor se unió a los insultos de la multitud para tratar de sobajar al Cristo. El otro, había sido movido a reconocer sus malos actos por la situación de dolor que vivía en ese momento. Por alguna situación este último sabía que Jesús no merece ese tormento. Quizá fue testigo de algún milagros, quizá escuchó sus enseñanzas o simplemente oyó hablar de Él.
Este malhechor arrepentido estaba viendo al Libertador de Israel padecer en las mismas condiciones que él. No ve a un Cristo poderoso. No ve a un Cristo venciendo. Lo ve yaciendo en la cruenta cruz. Nadie más lo vio tan cerca en toda la expresión de su naturaleza humana como este malhechor. Escuchó cada frase de Jesús, lo vio desangrarse, lo escucharía quejarse de dolor por las serias heridas que le provocó el látigo y de las puntiagudas espinas que le coronaban. Este malhechor vio morir a Jesús. Y aún así, tuvo una gran chispa de fe, pues aunque con los ojos carnales ve a Jesús agonizando, con los ojos de la fe lo ve triunfante; aunque ve a un Cristo ensangrentado, con la fe lo ve venir con su gran Reino. Y teniendo esa certeza le pide: “Acuérdate de mí cuando vinieres a tu reino”.
Al malhechor no lo detiene la razón. ¿Por qué habría de acordarse de él? Si Jesús es Rey, seguramente en su reino habría de querer solo a la gente buena, no a un malhechor. Él no pensaba así. A pesar de no ver a un Cristo victorioso y sin el entendimiento de que Jesús resucitaría al tercer día, él creyó en Jesús como Rey y en una vida después de la muerte. Tuvo más entendimiento de quién era el que estaba colgado a su lado, que aquellos eruditos que enviaron colgarlo ahí y que según estudiaban las escrituras. El mismo Espíritu Santo redarguye al malhechor de sus pecados y le da la fe para creer en el Unigénito Hijo de Dios quien muere para darle vida eterna. Sí, a este malhechor, un hombre desnudo (así eran crucificados), sucio, ensangrentado, malholiente, con una reputación negra y condenado a muerte, Jesús le concede su petición. Nosotros quizá no le hubieramos dirigido la palabra, pero Jesús no solo le responde, sino ama a este hombre.
Mucha gente, si no es que todos, no creeríamos en alguien que vemos en las peores condiciones. Sería fácil creer en alguien que triunfa y que somos testigos de sus resultados, pero no de alguien que lo vemos morir colgado. Incluso sus más allegado discípulos se ven turbados en incredulidad y se dispersan olvidando que se levantaría al tercer día.
La fe de este malhechor lo llevó al Paraíso tan pronto murió. ¡Qué fe tan grande! Pues pudo haber pensado: “todo lo que supe de él no fue cierto”. Pero no. Y entre los millares de santos hechos perfectos, se encuentra este malhechor y allá lo encontraremos alabando a Dios. Pero no es más un malhechor, Dios le ha dado un nuevo nombre, una nueva identidad.